“Un náufrago pedía a Dios que le salvara, lo pedía una y otra vez, ¡Haz que pase algún barco! ¡Haz que me encuentren!… Un día los rayos de sol eran muy fuertes, tanto que hicieron de lupa y produjeron fuego cerca de la pequeña choza que con ramas y hojas se había construido, las llamas quemaron su casa. Entonces muy enfadado empezó a gritar: – ¡Menuda suerte tengo! ¿Dónde está tu ayuda?, ¡Dios, me acabas de dejar sin casa!. Tan enfadado estaba que de la misma rabia empezó a llorar y llorando, amargado, triste y angustiado acabo dormido, allí sobre la arena de la playa de la isla.
De repente, algo lo despertó, era el sonido de la sirena de un barco, ¡no se lo podía creer!, venían a rescatarlo.
Cuando el pequeño bote alcanzó la playa él pregunto a la tripulación que venía a ayudarle: ¿Cómo sabíais que yo estaba aquí?. Ellos le respondieron: ¡Hombre, hemos visto una gran columna de humo que salía de este islote y eso era imposible porque sabemos que no está habitado, por eso hemos venido, nos imaginamos que alguien nos pedía ayuda!”.
No recuerdo quien es el autor de esta historia, ni tampoco donde la leí pero me parece que ilustra de forma gráfica que la “queja” no sirve de nada aunque quejarnos forme parte de nuestro diálogo interno y también externo, no suele ser fácil salir de ella ya que nos encontramos rodeados de personas que constantemente están quejándose. Cada uno de vosotros puede sacar la moraleja que quiera (el pensamiento crítico esta para algo), pero la mía es que nunca podemos perder las ganas y la fuerza para exprimir cada momento de nuestra vida. Puede que nos enfrentemos a circunstancias que no nos gustan, que nos resultan pesadas, en ellas quejarnos no nos servirá de nada, buscar alternativas sí, y si además le ponemos una sonrisa mejor.