Muchas veces cuando nos enfadamos nos vemos atrapados en esa situación, no sabemos salir del problema. ¿Cómo resolvemos nuestros conflictos?, muchas veces de ninguna manera, dejamos que pase el momento, pensamos que con el tiempo todo se olvidará, y no es cierto.
Tenemos que aprender a resolver conflictos, la vida está llena de ellos. Ahora bien, ¿quién nos enseña a hacerlo?, llegamos a adultos y nuestros sistema para afrontar las situaciones difíciles suele ser el “ensayo y error”, repetimos siempre lo mismo, unas veces porque en el pasado nos ha servido, otras porque no sabemos actuar de otra manera, pero no siempre funciona. ¿Cómo podemos aprender a resolver conflictos?, ¿se puede aprender a gestionar lo que sentimos?.
La respuesta es SI. Los seres humanos en comparación con otros animales somos puro aprendizaje, pero además todo lo que sentimos nos afecta, nos hace a veces fuertes y a veces vulnerables, por lo tanto es necesario saber cómo somos, cómo nos sentimos, qué pensamos antes de actuar, dónde estamos y por qué, qué diferencia cada situación, en qué creemos.
Una buena propuesta es trabajar las emociones desde niños, no sólo en casa y a nivel familiar o social, sino también en el colegio allí ocurren un sin fin de interacciones personales. Lo primero que debemos conseguir es que los niños expresen todo lo que sienten, sin que les juzguemos por ello, es importante que se atrevan a contarlo, a decirlo, sin ningún miedo a nuestra posible reacción.
No podemos ser agresivos, tampoco pasivos que sería no hacer nada. Hemos de permitir que nos hablen, así desde la escucha podremos darnos cuenta del verdadero problema. El niño debe aprender que sus emociones las piensa pero también que las nota en su cuerpo, cuando uno está “rabioso”, “enfadado”, “triste”, “alegre”, “siente envidia de alguien”, “se avergüenza”, “tiene miedo”, etc. cambia por completo su situación corporal, no sólo porque aparezca la risa o el lloro, sino también porque la tensión de sus músculos es diferente, porque puede notar sensaciones en el estómago, tener “dolor de cabeza”, notarse mareado, etc.
En definitiva tenemos que enseñarle a conocerse. De esta forma podemos decirle que actúe como si el mismo fuera un semáforo, cuando note esas sensaciones en su cuerpo querrá decir que la luz está en “rojo”, ¡stop!, y por lo tanto no puede hacer nada, solo debe pararse y tranquilizarse, para conseguirlo le habremos enseñado a relajarse y a respirar.
Cuando notemos que el niño está más receptivo le diremos que en ese momento la luz ha pasado a ser “amarilla” y aquí nuestra misión será pensar, darnos cuenta de todo lo sucedido, analizarlo desde la calma, poniéndonos en el lugar de los demás para comprenderlos y empezar a dar posibles soluciones.
Por último, cuando ya tengamos nuestro cuerpo relajado y nuestro pensamiento más centrado es cuando la luz llegará a ponerse en “verde”, ahora es cuando debo hablar, decir aquello que he pensado porque tendré la suficiente serenidad para expresarlo, mi tono de voz será adecuado, tranquilo, sin gritos, mis gestos receptivos, será el momento de dar mis posibles soluciones, explicar mis alternativas, y desde la calma llegar a un acuerdo.